El nacimiento de Astrid

miércoles, 23 de marzo de 2011

Astrid caminaba despacio por el alfeizar del rompeolas. Poniendo sus pies uno delante del otro como si de un juego de frágil equilibrio se tratase. Extendió sus brazos como si realmente quisiera volar,  solo de aquella manera podía sentir como se sentían aquellos pájaros a los que tanto admiraba. Sus pantalones gastados por el talón debido a su excesiva aunque jovial largura parecían barrer el suelo. Su larga y oscura cabellera bailaba al son de una brisa que envolvía todo el lugar con aromas de agua y sal. Yo le vi avanzar lentamente mientras dibujaba una tímida sonrisa en mi rostro, era como si la comisura de mis labios temiese romper aquel aspecto frío y distante que tantas y tantas veces había querido mostrar.


                Astrid sonrió mientras abría sus manos observando su blanquecina piel:
-¿Por qué has venido?-. Preguntó  con tono frío y distante.
-Quería verte caminar –Respondí –Quería ver como tomabas el camino adecuado. Quería ver como avanzabas, como te dejabas llevar por el viento. Como quizás las noches en las que te dibujé han valido la pena-.

Ella se giró mirándome fijamente mientras yo ocultaba mi mirada  bajo unas gafas de sol que en ocasiones parecían perpetuas.

-Sabes que bajo ese frío acero que intentas mostrar puedo ver lo que intentas proteger – Dijo Astrid –Sabes que soy como, que soy como ella-
-No intento proteger nada- Respondí mientras cruzaba mis brazos.
-Sabes que no es verdad…-.



Astrid se sentó sobre el alfeizar dejando que sus pies quedasen suspendidos en el aire. La brisa chocaba contra su rostro moviendo su oscura cabellera mientras sus azules ojos parecían perderse en el estrepito infinito del mar. No tardé en sentarme a su lado mientras apartaba mi cabello para poder ver por donde caminaba
-Y bien  ¿te gusta lo que ves? –Pregunté.
Ella volvió a mirarse las manos.
-¿Por qué así? –Preguntó.
Suspiré a la vez que entrecruzaba los dedos de mis manos por detrás de mi cabeza:
-Yo no soy tu ni tu eres yo, somos tan solo meros bocetos que quizás, tal vez, deban crecer- Respondí.
-Pero tampoco soy ella ¿verdad?-.
Sonreí al recordar a aquella persona a la que Astrid hacía referencia.
-No, no lo eres- Respondí.
-¿Entonces porque es este el color de mi piel, porque son los que bien ya sabes mis gustos, mis miedos, mis temores, mis pasiones?-.
-La noche es un momento en el que el silencio te deja escuchar tus propias ideas sabiendo que ella no despertará. Has llegado con calma, con esa sonrisa cómplice entre dos. Con la certeza de que si has de caminar hacia atrás lo harás. Sabes que ahora eres un mero esqueleto de palabras incompletas, un amalgama de suspiros perpetuos-.



Astrid sonrió cuando de repente los dos nos giramos observando una silueta avanzando por el rompeolas hasta nuestra posición. Al verle decidí esconder mi reproductor de música sabiendo que iba a suceder:
-No lo escondas que sabes que Sepultura se a va a ir fuera- Dijo Ruth mirándome con su dulce brillo de mirada.
-Sabes que te va a ser muy difícil conseguir eso- respondí entre gruñidos.
-Si claro, como ponerte ¿marmota?-.
-Panda, es Panda-.
Ruth y yo nos miramos fijamente diciéndonos con la mirada lo que en ocasiones las palabras son incapaces de decir.
-¿Es ella?-Preguntó Ruth mirando a Astrid.
-Es ella – respondí  -Espero que te guste…-.
Astrid nos miró extrañada pensando en que no éramos normales, siendo consciente de que sus pasos no habían hecho más que comenzar. Consciente de que su vida era el sueño de un abrazo bien deseado. Sabía que esas dos personas que parecían gruñirse y sacarse la lengua mutuamente al igual que le iban a mostrar las piedras del camino también le iban a enseñar a levantarse.

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